viernes, 24 de diciembre de 2010

RELEVANCIA

nunca te diste cuenta
de que el bolsillo donde guardas
tu desnudez
tiene un huequito que gotea lentamente
con una gravedad extraordinaria

y lo que sale es
como las gotas que de caer sin cesar
sobre las mismas piedras
las redondean
en armonia con el viento
y el tacto
alguna vez fuerza y agua
chocaron en tu espejo
donde yo me escondía
para que tú una vez desnuda
sólo una vez
fundaras en mi memoria la belleza

domingo, 4 de julio de 2010

Sobre inventiva y poesía

Hartos son los estudios que se proponen especificar las diferencias entre el lenguaje de la poesía y el resto de las formas comunicativas, con sorprendentes indagaciones como las estructuralistas (Jean Cohen con su Estructura del lenguaje poético fue sublime en esto). Curiosamente pude verificar que quienes suelen hacer tales elucubraciones no suelen ser los poetas; aunque buenas excepciones como la de Octavio Paz compensan esas pretensiones. Particularmente, confío poco en las de aquellos autores con poco o ningún verso bien publicado, quizás más por su impotencia que por su inexperiencia.

En los giros de lo inefable y lo insignificante: el poema. El poeta (artista) es un ser con una especial potencia en su actitud ante el mundo y ante la lengua: él desafía lo que ya está hecho (las cosas, sus formas, sus representaciones) e intuye una gran diferencia entre aquello ya existente y lo que sus percepciones (le) alcanzan. Esta básica esquizofrenia no se manifiesta en la locura típica porque hay una maniobra de concilio ejecutada por el poeta: inventa. In-corpora al reino material eso que su abstracción le presenta. Lo corporiza, porque no estaba hecho pero debía existir.

Una hipótesis que he degustado desde hace unos años se vincula directamente con esta idea: aquello que uno no termina de encontrar en los libros y, sin embargo, es capaz de esperarlo, es decir, imaginarlo, es materia prima para ser escrita (casi obligatoriamente) por uno mismo. Si no lo encuentro lo invento. Incluso un fundamento para la autocrítica de un escrito se deriva de esto: ¿me gustaría encontrar y leer eso en un buen libro? ¿Sería digno?
Hay que escribirlo.

God & Dog

En un pueblo, uno cuyo nombre terminaba en shire, la alegría de que hubiera una perra embarazada era motivo de brindis secretos entre ciertos miembros de las familias cercanas. La causa era sencilla: se hacía necesario tener un perro en cada casa, sobre todo de noche. Refiero la época cercana a los finales del primer milenio de nuestra era, a un año que recuerdo con más sietes que seis. El nacimiento de una camada de perros ameritaba licores y libaciones; cediendo un cachorro se saldaban deudas, se cumplían promesas, se contentaban familias y se conquistaban suegros.

La paz siempre ha sido un bien relativo, y en aldeas como este shire, el silencio y la paz no eran sinónimos. El silencio ahora se soporta con filosofías instantáneas como la de “No news: good news”. Antes no se soportaba, era como una página en blanco para un escritor con sueño. No se tiene con qué, pero hay que llenarla. Ya el té en la sangre ha sido vencido por el cansancio pero no por la soledad. Entonces, el perro en la casa. Un perro, sin cama ni alfombra, preferentemente dentro de la casa, para una certeza a veces no verdadera: todos los ruidos son del perro.

Querían el perro para su propia tranquilidad el sir y la familia del sir, pero no a la manera del perro guardián que arriesgaría su peluda vida por defender la casa ante un malhechor. No. Lo necesitaban para nublar el silencio, ese que aturde porque niega la naturaleza ruidosa de la vida. Cuando se disponían a dormir los habitantes del hogar, la terrible cortesía los obligaba a callar todo de sí. Entonces, (sin perro) cualquier ruido dentro o cerca de la casa despertaría dudas y sueños, pues ¿Qué ser o fenómeno causó tal ruido? En realidad el crimen o las invasiones no surgían como opciones prudentes sino chistosas. El ruido, en esa época sin máquinas ruidosas como el televisor, la radio, la nevera o el acondicionador del aire (todos “domésticos”), era atribuible a los muertos, las maldiciones, los conjuros, los espantos… El ruido era la (re)versión física de lo metafísico, algo funesto en demasía para una época omitida por cualquier dios. Cuál de tantas centellas del más allá llegaba hasta acá, esa era la pregunta incómoda para el ensueño, impropia para la armonía familiar.

Muy fácil era la solución: el perro hizo ese ruido. Lo único necesario para descansar sobre esa hipótesis era tener un perro. No importaba si alguna peste (la misma que los diezmaba) hubiese dejado huellas sobre la piel del can, el perro era una excusa viva para el sonido raro, inoportuno. “El perro hizo ese ruido, sigan durmiendo” decía con su mera existencia el animal y su caos, libre de la urbanidad dogmática británica. Resultaba mejor que la fe, la plegaria o la neación obstinada.

¿Got dog? era la pregunta que en los otoños hacían los sires a quienes lucirán mejor semblante de una semana para otra. También la hacía la madre al padre en la misma casa a medianoche, y los vecinos entre sí al caer con la tarde la oscuridad. Menos ojeras, más horas en la cama, ninguna sospecha metafísica con nombres de muertos.

El cuento sería uno más si terminara allí. El pueblo era ateo gracias a su aislamiento y autonomía. Gracias a la virtud respetuosa de su cortesía atendían las invitaciones de las religiones circulantes como cuentos de tradiciones ajenas e incompatibles con su naturaleza.

La palabras de ¿got dog? jugaron a sonar a “god”… y de algún modo Dios sería el perro que mueve la pequeña puerta de la ventana… por eso no importa.

SÉ VERLAS AL REVÉS

En una misma semana recibí noticias sobre José Saramago, Carlos Monsiváis y Darío Lancini y sendas muertes. De Saramago recuerdo una trampa sobre si él había sido el último Premio Nobel español de Literatura… (era portugués, etcétera). De Monsiváis absolutamente nada sé más que su muerte, y su nombre lo tuve que googlear para ponerlo en las primeras líneas de esta columna. Pero de Lancini sí sé y con gusto.
A los dieciséis años yo estudiaba Ingeniería en la Universidad Simón Bolívar, y la virtud de esta academia para mí residía en su biblioteca. Obligado yo a pasar casi todo el día en el campus universitario por las materias dispersas en mi horario, la opción de peatones, solteros y huraños (como yo) para vencer la intemperie era la enorme biblioteca. Su ventaja era sencilla: una vez adentro, podía uno pasear entre los estantes como en un supermercado e irse llenando manos y brazos de cuanto libro se antojara. Yo casi nunca pasaba por el fichero, más bien gozaba recorriendo los lomos de las ediciones haciendo mis propias deducciones sobre cuál categoría era la que tenía en frente estableciendo semejanzas entre ejemplares. Al rato me toparía con el libro que originalmente buscaba, pero portando ya una buena carga de páginas recolectadas como frutas del camino. Así nació mi pasión por los libros (ya el gusto había nacido en casa).
Uno de esos libros que nadie me mandó a leer pero leí fue Oír a Darío, de Lancini. Era divertido.
Este libro está lleno exclusivamente de palíndromos, frases y textos mayores que se pueden leer al derecho y al revés obteniendo lo mismo (acá algunos les dicen palabras “capicúa”). Ya desde el título del libro obtenemos una muestra de este juego. A partir de los más criollos y anónimos palíndromos, como AREPERA y AGÁRRALA, GALARRAGA y pasando por los tradicionales AMOR A ROMA y ANITA LAVA LA TINA, llegamos a los textos de Lancini sencillos como YO CORRO, MORROCOY y LEÍ, PUTA, TU PIEL… hasta pequeños poemas y diálogos. He aquí una muestra y un desafío:
LATO
¿Tres, seis o nueve?
Sólo se ve Uno.
ECO.
¿Dos o doce o nueve?
Sólo se ve Uno.
Sí, es ser total.

sábado, 12 de junio de 2010

Cerati contra el insoportable amor

A veces uno quisiera saber cómo es en realidad un artista.
Ya éste es un deseo ambiguo, porque supone que tal artista no es todo el tiempo el mismo pequeño dios que ha ejercido plenamente sus facultades creadoras y que de vez en cuando o la mayoría del tiempo su vida se llena de escenas cotidianas en las que podríamos imitarlos, ya no detrás de otra guitarra o coreando uno de sus temas… sino repitiendo sus gestos de humano. Es decir, y usando como ejemplo al que es, uno a veces quisiera saber qué comía Gustavo Cerati, qué música oía a menudo, cuál calle prefería caminar en solitario para recobrar la lucidez, a qué tipo de mujer amaba, qué bebía, qué leía, qué fumaba…
He dicho “deseo ambiguo” porque la admiración (así como otros efectos que la belleza surte) deriva en una de dos tendencias con mayor frecuencia. Puede hacer que sencillamente nos rindamos, hagamos reverencias (algunas con dinero) y nos declaremos insignificantes y fanáticos de su persona (más que de su arte muchas veces). Nada terrible. La otra, también común en esta época en la que cultivar los sentimientos negativos tiene mucho prestigio y publicidad, consiste en la aproximación que se hace para desmitificar al ídolo. Sacarle los trapos sucios y ocultos a ese oscuro objeto del deseo para rebajarlo a igual… a uno. Así se derriba y se supera el insoportable amor. Cuántos amantes no se regocijan cuando descubren el talón de Aquiles en su pareja, y en vez de reservarlo como leña para la hoguera de la complicidad, para el fuego de la intimidad donde ambos están al ras, uno del otro; más bien usan esa debilidad de su consorte como una antorcha para quemar altares y cruces y “salir de eso” que por subyugarnos en nombre de un deleite irracional preferimos entonces aniquilar. Amistades y relaciones personales de cualquier índole son escenarios propios también para este juego de desmitificación. Alumnos que corren a tutear al profesor para forzar una confianza que sólo sirve para “echar carro” y “pestes” del curso… Compañeros de trabajo que procuran encontrar el lado flaco del nuevo en la oficina para bajarlo de la nube… Críticos literarios y de arte que para compensar su frustración creativa despotrican con vomitiva inteligencia el esfuerzo de quienes sí toman el riesgo de crear… Etcétera. Todos esos leñadores luchan contra un principio natural que las Leyes de la Termodinámica esbozan con simpleza: “Donde hay diferencia… hay energía”. ¿Por qué demonios se nos hace insoportable?
Todo este comentario comienza y termina porque Cerati está muriendo, y ya oigo los bulliciosos traicioneros sentenciando con argumentos como “sobredosis” y otros por el estilo, que quieren adelantar la “caída del ángel eléctrico”, como para hacer menos insoportable el amor por lo efímero, que es todo.
Para que el último sabor (de esta columna) no sea mío, arrojo unas citas a ciegas del Cerati, el poeta:
…Escribirle que nunca sorteé las trampas del amor.
Creo en el amor porque nunca estoy satisfecho.
Toda mi dulzura pendula sobre ti… Amo dejarte así.
Cuando el cuerpo no espera lo que llaman amor… más se pide y se vive.

domingo, 6 de junio de 2010

Poesía, narrativa y asombro

Quizás la poesía no sea bien vista… ni bien oída últimamente. Parece que la narrativa es la favorita porque es más natural: si algo hace el ser humano con el leguaje verbal es “echar” cuentos. En términos darwinianos, es lógico darle prioridad a la narración, pues para la supervivencia del hombre como especie, a éste le sería conveniente relatar, por ejemplo, la cacería o la batalla (secuencias de hechos, por lo tanto, cuentos) y trascender algunas historias como enseñanza y legado entre generaciones. Ese tema da para mucho, pero partamos de que es más útil narrar que poetizar.

A la poesía la defienden de mejor manera los propios poetas y sus poemas.

Por un lado, el lenguaje es invento humano, como todo arte. Eso ya implica un alejamiento de lo natural, aunque sintamos como naturales los impulsos de decir cosas o la necesidad de escuchar ciertas frases. Como buen invento, su mecanismo viene figurado por la mano del creador y la función que procure su “existencia”. Según Octavio Paz, en varios de sus textos y en especial uno de El arco y la lira: “La revelación poética”, el poeta es un usuario del lenguaje que revela y rinde tributo a este objeto desde el asombro. “El poetizar brota también del asombro y el poeta diviniza como el místico y ama como el enamorado”. El poeta es más consciente de la violencia y el milagro que trae cada palabra. Violencia porque sustituye y desplaza a lo que nombra; milagro porque hace que aparezca lo que no existía.

Por otra parte, lo mejor que se puede hacer por la Literatura, ya con mayúscula, es escribir para crear; por supuesto, después de empezar a recorrerla, no histórica sino textualmente. Lo irrepetible y valioso de ella radica en sus vástagos: poemas, relatos, novelas, dramas, algunos ensayos… Es cierto que la crítica, la historia y en general, cualquier establecimiento de relaciones de los textos (pues eso es lo que hacen estas auxiliares: ayudar al lector a enlazar los textos entre sí, con la vida del autor, con el contexto social, con la recepción, etcétera) hacen falta, pero son secundarias, y además el mismo lector está en capacidad de procurar tales puentes a la medida de sus posibilidades y (ojalá) de sus necesidades.

Fábula (extracto)

Una mujer de movimientos de río
De transparentes ademanes de agua
Una muchacha de agua
Donde leer lo que pasa y no regresa
Un poco de agua donde los ojos /beban
Donde los labios de un solo sorbo /beban
El árbol la nube el relámpago
yo mismo y la muchacha.
Octavio Paz

domingo, 30 de mayo de 2010

VII Festival Mundial de Poesía (Parte I)

A veces quiero oír. Quiero confiar mucho menos en los ojos. Me gustaría encontrar a menudo un trecho abierto en el cual pueda caminar diez pasos al menos sin tropezar, con los ojos cerrados.
Mi fantasía en la cama es más sencilla y menos perversa que lo que la mayoría espera escuchar de mí: quiero que mi pareja me lea hasta que me duerma. Sí, Sherezade, te espero en el siglo XXI.
No es malo comer por los oídos… enamorarse de las voces… atender las inflexiones del tono… montarse en el sube y baja que insinúa lo escuchado.
Por esto suelo ir a los recitales… a comer. Procuro sentarme donde mis oídos tengan alcance cercano y directo con los protagonistas del encuentro: los poetas. Es decir, me aseguro de que llegue su voz al natural además de la mediatizada por micrófonos y cornetas. Y es que la poesía no nace en las manos que la escriben sino en las orejas del poeta.
El más reciente recital fue el del Festival Mundial de Poesía acá en la Isla durante esta semana. Asistí a dos de sus jornadas… la del martes y la del miércoles.
La primera hizo gala de la frase: “primero las damas” y sólo ellas. Lo mejor: una dama de habla inglesa que no leyó sino que dijo su poema, intitulado “I dance”; oírla y verla fue un lujo. No sé si su encanto radicó en todo el empeño que puso expresivamente para sortear las diferencias idiomáticas, pues su texto estaba en su lengua natal. Creo que sí. Complementariamente, una versión traducida (por otro poeta para tal ocasión) fue leída y apreciada de inmediato. Lo bueno: la presencia femenina indiscutible en la poesía hecha en Nueva Esparta. Lo mejorable: cierta recurrencia de estructuras tomadas de las plegarias cristianas (Padrenuestro, Diostesalvemaría…) que además se repitieron al día siguiente (no cuestiono desde el tabú sino desde el tedio).
El miércoles, acto inaugural, el ecuatoriano Iván Oñate y la costarricense Jeanette Amitt acercaron sus versos con nobleza y firmeza. La profundidad de Oñate relució otra cualidad (a veces olvidada) de la poesía: nace para ser escuchada… más que leída. Tinieblas y esperanzas ilustraron algunas de sus ideas. La poetisa Amitt nos propinó una sonora huella de la calma de su país con buenos poemas de tonos personales más bien intimistas.
La invitación es a cerrar los ojos.

domingo, 23 de mayo de 2010

Sirenas, ángeles y lo peor de la belleza

Mitología (VII) Sirenas, ángeles y lo peor de la belleza
La belleza, cuando no da vida, mata. Según innúmeros poetas, como Homero y Rilke, hay grados insoportables de la belleza... Se le atribuyen a seres que superan lo humano, bien sea por lo superlativo (divinidades) o lo mixto (híbridos). Estos son los casos de ángeles y sirenas.
La sentencia de Rilke dicta que “todo ángel es terrible”, tras haber en su elegía declarado que:
“La belleza no es sino el principio de lo terrible, lo que somos apenas capaces de soportar, lo que sólo admiramos porque serenamente prefiere no destrozarnos.”
Rilke explora esta visión con su buena solfa en alemán, en la primera de las diez Elegías de Duino. Sus aluciones a la sonoridad vital y rotunda toma cuerpo en sus “Sonetos a Orfeo”, es decir, sus elegías refieren el canto pero no cantan, los sonetos sí procuran la musicalidad. Hay que oírlos.
En cuanto a las sirenas, ellas sí conocían y aplicaban las virtudes del canto. Era tal melodía una alarma que muy pocos sabían traducir. Por algo se decía que las Moiras entonabas canciones con las sirenas cuando decidían el destino de los mortales.
Los marineros las veían sobre rocas inesperadas, bellas desde la distancia que parecían anular las femeninas voces. Ellos no soportaban el deseo y se arrojaban a lo incierto de sus brazos, ignorando que la hibridez de ellas consistía en mitad de humano y mitad de monstruo, siendo esta última la que los haría morir ahogados y felices. Ulises las oyó encadenado al mástil del barco, deleitándose.

viernes, 7 de mayo de 2010

Los hijos del Caos

La primera página de la mitología griega tiene al Caos como protagonista. Me gusta imaginarlo como un señor zurdo, siniestro (lo contrario a diestro). La ciencia de los griegos clásicos no alcanzaba a sospechar de los coacervados del caldo de Oparín, pero sí tuvieron que trazar una línea de partida, igual que muchas religiones que pretenden todas las respuestas del ser humano. El caos era el vacío y la apertura. Engendró a cuatro entes elementales: los tenues Día y Noche, y los extremos… y su imagen.

Luego se tiene al Cielo o Urano, posible hijo del Caos, hay varias versiones. Una de éstas propone que primero Gea (Tierra) vino del Caos... Luego se generó Eros (el amor, y en general la fuerza que atrae a las cosas entre sí). Gea sola sin elemento masculino genero para sí y a su medida a su amante perfecto: Urano, quien la cubrió y embarazó (se habla de los “abrazos brutales” del Cielo a la Tierra).

De ahí nació Cronos, el tiempo. Sobre este ente,personaje y abstracción, pensemos con Octavio Paz.

Del pasado no se sacan claves sino la pura inercia. Del futuro, la pura urgencia que anula al presente. ¿Qué tiempo le sirve al hombre como vector sin la ilusión de la trascendencia (o la mera esperanza) ni la fuente de la memoria?

La injusticia de ser: las cosas sufren unas con otras y consigo mismas por ser un querer más, siempre ser más que más.
Ser más pero desvinculado al tiempo y al otro. Ser solo. Ser poco.

Octavio Paz concientiza las pérdidas de imagen sin quedarse de brazos cruzados.

Él postula la poesía como respuesta factible. “Poesía: búsqueda de un aquí y un ahora”.

Sin embargo, su propuesta no puede basarse en la poesía sin una demostración empírica: el poema.

Cronos destronó al Cielo y luego su propio hijo, Zeus, hizo lo mismo.

La flor negra

Después de la muerte, las personas irían al inframundo. El nombre de este reino era Hades, “el invisible”. Los griegos lo consideraban a la vez un sitio y un ser (deidad): el más robusto de los varones que Cronos (el tiempo) engendró con Rea (la fluidez). Una de sus hermanas era Deméter, asociada a los ciclos naturales. Su hermosa hija, Perséfone, era una doncella entregada a la contemplación y goce del lado florido de la vida, el único que conocía (gracias a l madre sobreprotectora).

Una tarde, la damita vislumbró una bellísima flor negra en un valle. La atracción no fue normal… Apartada de su séquito de damiselas, corrió a tomar la flor, a cuyo contacto se abrió en la tierra una gran fisura por donde salió el robusto Hades, la tomó en rapto y se la llevó por la misma abertura telúrica, que de inmediato cicatrizó.

Perséfone pasó a ser entonces mujer de Hades y soberana de los infiernos. Sus ojos se perdían en las visiones que nunca sospechó: muertos, enfermos, ancianos, infelices, todos allí confinados. Tras semanas de angustia (por lo cual se secaban los campos y sembradíos) Deméter convenció a Zeus y éste le dijo dónde estaba la hija y facilitó su vuelta. Hades aceptó, pero persuadió a su esposa para que comiera de una granada. ese bocado la hizo eternizar su condición “inframundana”. Desde entonces durante una parte del año?Perséfone vive con mamá, quien sonríe (primavera y verano), y el otro lapso en el trono con su marido, mientras Deméter sufre (otoño e invierno).

La sinergia de las murallas

La obra de hoy es un largo relato de Franz Kafka. Se llama La muralla china, aunque a veces viene acompañado este nombre con términos cuya traducción suele ser “construcción”. La mejor versión en español de este cuento viene de la pluma de Jorge Luis Borges, quien hace que suene borgianamente lo kafkiano... o más sensatamente dicho, se descubre con esta narración una de las raíces o antecedentes de las inquietudes irresolutas de la literatura de Borges.

Empecemos por el cuento... Supongamos que la protagonista es la Muralla China. La muralla sería un personaje referencial para muchos (chinos) de la historia, pues la inmensidad de su edificación es desconocida y discontinua. No se sabe a ciencia cierta cuándo se culminará (acaso) toda la construcción. En el texto se oye la voz de un obrero, cuyo lugar en el mundo viene dado y honrado por su papel como albañil en el proyecto infinito. Porque incluso una vez acabado el gran muro, deriva de sí otros modos de infinitud: como contorno cerrado que rodearía la totalidad de China, pues quien la recorriera nunca conseguiría término ni comienzo: el círculo es un modelo de infinito, es el ciclo y la armonía. Otro modo de infinitud se basa en una sospecha... toda la muralla servirá de base para una construcción (realmente grosera) cuyo alcance apuntaría al cielo. La Torre de Babel, pero de la talla de China, un placentero delirio. Kafka rescata la obra arquitectónica para labrar otra imagen pesadillesca: sí, otra oscuridad, la del abandono de Dios.

Uno de los temas que aborda para tal tiniebla es la dicotomía hacer o pensar. Mientras más se piensa menos se hace, mientras más se hace, menos se piensa. Las autoridades prefieren a un pueblo ocupado y no un riesgoso grupo de pensantes... Recurramos a aquella idea de que para filosofar se necesita un “martillo mental”, es decir, filosofar es romper (con) alguna idea precedente (adentro o afuera) para poner otra en su lugar. Por eso todo ser pensante constituye una potencial amenaza para sí mismo, para el sistema y para el imperio... El imperio chino, para el caso del relato. El emperador ordena algo y es un honor ser el destinatario de una orden. La orden instaura el orden. Entonces, ¿por qué razón abandonamos nuestros hogares, el río y los puentes, la madre y el padre, la mujer deshecha en lágrimas, los niños sin amparo, y fuimos a la ciudad lejana a estudiar y nuestros pensamientos aún más lejos, hasta la Muralla que está en el Norte? ¿Por qué? La Dirección lo sabe.

El tema es la fe. La vastedad respalda la imagen de Dios, del Emperador, del Imperio, de la “Dirección”. Los caminos sin fin son la excusa para que lo que se pierda en el camino no tenga causa en el líder, sino en la grandiosidad de su dominio. Otra famosa paradoja: si a Dios le pedimos que haga una piedra tan grande que sea capaz de aplastarlo, y lo logra, ¿cómo reacciona el pueblo? O enfoca la piedra y se asombra por el milagro cometido por su Dios, desaparecido en su gloria... O enfoca la destrucción de ese su Dios y, aparte de la orfandad, el pueblo se identifica con la roca, la creación divina que sustituirá al demiurgo. Todo parecerá lógico.

Esa es una forma de fe. Dioses y líderes ya no se ven por allí, sino sus excrementos, con los cuales se puede hacer la obra humana que desde más lejos pueda ser identificada. Aunque sea un hueco.
Hay que leerlo.

A través de los laberintos

Híbridos, mezclados, nada puros. Esa es la característica que nos hace sumergirnos en el laberinto. Un lado animal y otro racional, aunque ninguno es peor que el otro, su combinación es la ponzoña que nos trastorna.

La historia del Minotauro comienza con una bella mortal llamada Europa, a quien Zeus rapta (adoptando la forma de un toro que emerge del mar) y la toma en una isla. En Rey Asterión la recibe ya embarazada con trillizos en su vientre, entre los cuales estará Minos. Al paso del tiempo, éste se vuelve rey y procura una prosperidad inusitada en la isla. Tanta... que se olvidó de dar gracias. Algún dios no soportó la ingratitud humana y lanzó una muestra equilibrada de justicia y advertencia a Minos. Poseidón, regente de los mares, mandó un toro semental que fecundaría a todas las vacas de la isla... pero luego habría de ser sacrificado.

Tal tarea se cumplió a medias.
Llegado el momento, Minos prefirió alardear del toro obsequiado por el dios y no matarlo. Como castigo, éste animal poseyó a su esposa, la bruja blanca Pasifae. A los nueve meses un crío con cabecita de cordero reveló la infidelidad. Ya ante el impulso de asesinarlo, el padre recibió otro mensaje. “No puedes matar ni encerrar o esconder a ese, tu hijo. De hacerlo, el castigo será mucho peor”.

Continúa...

martes, 23 de febrero de 2010

Un venezolano de apellido Gomes

La escritura sólo tiene que rendirle fidelidad a la intención del autor. A más nada. La escritura… pues la literatura es ya otra cosa.

La lectura también… La lectura es un paseo, y quizás lo realizamos con algún hambre o cierta sed, con ganas de huir o espíritu contemplativo. De cualquier manera es un pasar a través…

El pasar a través de los textos de Miguel Gomes puede dejarnos en la primera ocasión esa sensación de grata complicidad que nos da el texto en el cual imaginamos ningún otro personaje que el mismo autor. Grata es la sensación como el sabor de los cuentos “echados” entre amigos, que se actualizan entre sí con sus historias. No hay por qué quitarle valor alguno a esa ilusión que propina un relato que al cabo de su lectura nos hace creer que “eso le pasó” al escritor, y que su trabajo fue transcribir en buena solfa su experiencia. Verterla en las páginas.

Tomamos uno de sus relatos: “Los misterios de la plaza del tiempo”. El narrador se mantiene en todos los párrafos (menos el último) en tono omnisciente, ve todo, sabe todo, cuenta todo. En la salida del relato, este narrador se vuelve personaje y testigo de la historia de Fernando Ramírez. Y escribe...

...hasta que se ponga todo por escrito para liberarnos finalmente del conjuro.


¿Cómo lo interpretamos? Pues como la fragua de un tipo nuevo de personaje, cuya mejor aproximación coincide con la de, digamos, un “personaje autor”.

Ficcionalizar el autor… No es hacer del autor (Miguel Gomes) un personaje, sino crear la imagen correspondiente a un ente cuyo oficio fue forjar el relato. Por supuesto, para lograr esto los detalles han de ser congruentes con las posibilidades. Gomes siembra en sus relatos las trampas y ambienta el escenario para que puedan germinar a los pies del lector.

En un ensayo de “El pozo de las palabras”, Gomes apunta sobre un texto: “lo leemos ‘para preguntarnos por dónde nos va a salir el mate’”, en comparación con una partida de ajedrez. El “personaje autor” no tiene problemas con acabar muchos textos ese cierre autorreflexivo, donde hace explícito cada rol del acto comunicativo de la literatura: escritor (personaje autor) emisor, lector-receptor, mensaje narrado…

Tal “mate” o victoria, por repetirse en varios relatos, deja de apostar a la sorpresa y se la juega a la complicidad. El autor narrador guiña el ojo y pregunta a su manera ¿me reconoces?

domingo, 31 de enero de 2010

Altazor y las preguntas desiertas

Altazor.
Este paracaidista es atraído por la gravedad de “la muerte y el sepulcro abierto”. Premisas ya expuestas en “Non serviam” (no imitar a la naturaleza, sino crear una) y en “Arte poética” (estamos en el ciclo de los nervios) por ejemplo, se verifica una tendencia a la supremacía de lo cerebral sobre lo terrenal, la cual predomina en todo Altazor: “huye del sublime externo si no quieres morir aplastado por el viento”. Voz del hombre solo ante un universo incomprensible
El poema Altazor de Vicente Huidobro puede ser problematizado y resuelto de innúmeras maneras, una será proponiéndose como su centro el tema del lenguaje. Su encumbramiento y caída hallan óptimas interpretaciones en tanto se concentran en el verbo como experiencia, cuyo término depende de la expectativa del lector: fracaso o proeza, se definirán de acuerdo a lo que se espere de la sublimación de la lengua.

Pero también “Altazor” abre unas casillas para declararlas desiertas: Dios y sus respuestas.

Entonces oí hablar al Creador, sin nombre, que es un simple hueco en el vacío, hermoso como un ombligo.

Así hace la presentación de Dios el personaje del poema, que aún no se declara poeta, sino mero paracaidista. Un primer vínculo ha surgido entre ambos cuando aquél alega que nació “el día de la muerte de Cristo” en la primera línea del Prefacio, sugiriendo una coincidenc, carente de un Dios a quien rezar, a quien temer y sobre quien basar las creencias que hagan de la vida y la muerte algo coherente entre sí.
Ya con un sentido trágico patente, Altazor se agarra de lo único que sabe valioso (y virtuoso): su voz. Hay que oírlo.

Trances idénticos (o de caraquistas y magallaneros)


Soy caraquista, soy magallanero. Pero soy. Eso es todo. Un trance. Nada que envidiarle al trance que nos proporciona una buena película o un relato bien hecho. Mientras contemplamos la ficción, nuestro ser disfruta de la otredad: somos otros, somos parte de un paquete que nos irresponsabiliza felizmente: la masa nos diferencia del resto y nos indiferencia en sus adentros.

Ser un “hincha” o una fan enamorada de Servando o de Gregorio Petit es lo mismo, le da permiso a la irracionalidad desde la emoción y la distinción. Franelas, gaitas, tatuajes temporales o sempiternos, banderas y (sobre todo) la embriaguez (no la ebriedad). Aunque la Real Academia las coloca a ambas como equivalentes, me gusta diferenciarlas: ebriedad la mala, embriaguez la buena. Por cierto, a esta última y bella palabra la define poética y ambiguamente: “Turbación pasajera de las potencias (…)”, y en su tercera acepción: “Enajenamiento del ánimo”. Siempre es un buen punto de partida el Diccionario de la Real Academia, aunque sea para retarlo (que no es este caso). Me gusta la multiplicidad que ofrece eso de la turbación pasajera de las potencias. Turbar, alterar, trastornar, aturdir, sacar del marco de la normalidad o naturalidad algo… en este caso la potencia, ¡qué bien! Tenemos una excusa y un impulso para modificar nuestra energía, y aquí empieza lo ambiguo: se puede turbar positiva o negativamente, y hacia arriba o hacia abajo… y temporalmente, o sea, por un rato, no más. Nos volvemos guerreros enmascarados de leones, piratas, rojos o negros, y no estaremos solos ni a la intemperie, y por si fuera poco...

Ya sabremos qué hacer. Incluso cuando no hay un líder a la vista, la colectividad nos da una noción (más cierta que verdadera) de lo que hay que hacer, un sentido común, un orden y una orden. En el fondo todos piden eso, el gendarme necesario en un fantasma en todos los venezolanos. Incluso para eso que ilustran todas las comiquitas (menos Winnie Pooh), que sin un malo, el bueno no tiene nada qué hacer ni cómo demostrar su virtud. Sin caraquistas los magallaneros no tienen justificaciones y viceversa. Al día siguiente de la Final el mundo sigue igual, sólo con algo más de ebriedad en el aire.

jueves, 21 de enero de 2010

Naturaleza inventada para sobrevivirnos


Dos versos bastan para una sonrisa. La propia o la ajena. Dos versos como dos labios, como un pasadizo escondido en la casa para llegar a un lugar insospechado, y mejor.

Eso encontré hace poco en un poema de la venezolana Cecilia Ortiz. “Naturaleza inventada”, se llama así el libro (2004), el poema, y el penúltimo verso.

A esta poetisa la he citado en clases cuando hablo de la poesía breve, con su antítesis condensada:

NO HUYAS TAN CERCA DE MÍ

en una tríada de iguales minucias con el de Eduardo Castellanos:

TU CUERPO DEFINE LA FORMA DE MI ANGUSTIA

y el de Yolanda Pantin:

TODO ES VERDAD / TODO ES MENTIRA / TODO ES ESPEJO

Los tres son imprecados para exaltar las propiedades de la palabra.

La misma tónica íntimamente reducida sostiene este aliento. La palabra como puente, camino ínfimo, nunca atajo.

La lectura de poesía exige algo muy diferente, lejos de lo secuencial, narrativo, lógico. Más bien procura una apertura parecida a la que nos hace pasear, encontrar sin buscar. No es muy diferente la escritura en esto de los despojos.

Leyendo un poema alguien puede sentir que gatea sobre vidrios triturados... tal vez es eso; o quizás se trata de gatear sobre minúsculos trozos de espejos, con la vista caída hacia ellos, con la esperanza de que uno, al menos uno de tales fragmentos nos refleje, repercuta y reverbere. Me parece buena fortuna cuando eso ocurre, y con poesía, y más si es de Venezuela y mejor aun si es un poeta que todavía vive.

Así, he aquí Cecilia Ortiz, en su recién publicada y merecida antología (por Monte Ávila Editores) llamada Trébol. Una poesía que no cambiará el curso de la Historia de la Literatura, pero puede cambiar el curso de una noche.

El continuo “tú yo y lo que está en el medio” se saborea con efervescencias en transcurso y algo amargo al final. El intimismo que nunca es el mismo de uno pero nos guiña el ojo el algún giro vivencial.

Atendamos el poema:

La lluvia está en tus días
primaveras escogidas
montañas
laderas infinitas
cascadas que bañan tu espíritu
sin tocar la puerta
sin salir de viaje
humedecer los labios
brotar de las manchas de arena
surgir surgir
bañado en aguas
ríos que están en ti
desde lejos
naturaleza inventada
para sobrevivirnos.

A veces pienso en las palabras como un derivado, un efecto, una secuela lógica y hasta inevitable (ojalá) que llega a la boca y nunca de la nada. Es lo que viene de vivir, y además, de querer ver y saber... El poeta quiere saber, pero su conocimiento jamás se separará de la emoción, aunque sea muy leve.

La naturaleza inventada puede referirse a esa fluidez de los deseos que hace que no dudemos de su realidad, aunque sólo sea su certeza visceral la noción que nos alcanza de un ser humano a otro. Para no perecer, que es lo mismo que dejar de sentirse vivo, creer que nadie te siente vivo. Es la “pasión errante”, pasión que lleva a otra parte.

sábado, 9 de enero de 2010

Avatar o lo bueno ya no es lo humano

La primera columna del 2010 no será sobre literatura sino sobre cine. Vengo de ver Avatar y vale la pena. Usaré el esquema constructivo que en alguna charla me dieron para aprender a enseñar: “Diga algo bueno, luego algo malo, y luego otra cosa buena”. O sea, critique empezando y cerrando con lo positivo, y en el medio lo “mejorable”. Avatar es una película con todo. Lo primero: ficción. Definitivamente pagamos para no estar donde creemos estar. Pagamos para soñar despiertos, pasar un par de horas desenchufados. El éxito de la película parte de lo más esencial en el siglo XXI para sacarnos de las casillas a través de un filme: efectos especiales. Avatar me convenció por un buen rato de que yo no estaba en la Tierra. Los efectos especiales son buenos cuando hacen eso pulcramente, nos crean la ilusión sin mostrar ni una sola de las costuras.

¿Qué era lo bueno? El mundo que en la luna Pandora logra dibujarse. Simplemente es bellísimo. El tema de la energía y la armonía es fascinante. Los seres allí residentes son los Na’vi, emblemas de la naturaleza tan puros que nos convencen de que no estamos en nuestro planeta. Aisladamente, el productor Cameron nos propina lo que ningún otro de sus filmes esboza: un mundo feliz. Obviamente (aquí viene lo malo, o perfectible, más bien) de nada sirve en el 2010 una historia de un mundo dichoso donde no existe lo malo sino el impecable equilibrio de la naturaleza, donde no hay animal cruel ni oscuridad temible, sino cadenas alimentarias y fluir del ciclo vital. Lo malo es que necesita contrastarse con los malos (los humanos) para que valga el esfuerzo y nos parezca interesante la paz de una forma de vida otra. Cierro con lo bueno: habrá una segunda parte. Hay que verlas.

El papel de los libros

Me gusta regalar libros. Resulta mejor que prestarlos.
Desde mi paganismo, un paso de la evolución de mi extinto ateísmo, he apreciado la Navidad por su generosidad, más temporal que sustancial, sin excluir. Es decir, agradezco que me den más tiempo en el trabajo para escribir y pensar. A veces como estas veces me he refugiado en iglesias y cementerios sólo para estar solo y pensar. A menudo logro sentirme parte de esa mayoría de espíritus o muertos que dominan estos predios sagrados. En esa integración solitaria me relajo y cavilo. Confieso que valoro esa sensación de encontrarme fuera de la masa con cierto regocijo. Veo desde afuera la multitud comprando, bailando, bebiendo y multiplicándose. Más de una vez he deseado lo otro, lo contrario: desenfundar el corazón y confundirme en una algarabía alegre, ser parte del jolgorio. Pero no ocurre, no realmente. Sin embargo, aprovecho las virtudes de estas fechas.
El papel de los libros es uno de mis refugios. Me gusta regalarlos por una razón altruista y una egoísta. La altruista es la común: “dar es mejor que recibir”, “lo que se comparte se multiplica”, etc. La egoísta es distinta... La lectura es un acto íntimo, solitario, aislante (para los efectos). No solamente porque se practique individualmente, sino también porque uno lee para sí, desde uno mismo, con la propia óptica e imaginación. También con la búsqueda que nos procura la circunstancia que atravesamos y sus relativas respuestas.
El caso es que uno lee solo; quizás por eso el cine tiene un éxito superlativo como arte: se contempla colectivamente. El gancho de tantos best-sellers puede radicar en eso: Leer algo que (por encima de su calidad) está siendo leído por mucha gente. Los ejemplos sobran pero no estorban: Harry Potter, Bella Swan, Robert Langdon, Frodo, Fermina Daza, Lestat y Sherlock Holmes. Son gente de papel. Del papel de los libros. Con ese papel hacemos máscaras, y nos encantaría que no nos reconocieran, y también que nos reconocieran. Por eso regalo libros, para compartir esas máscaras y esos amigos de papel... papel de libros. También por eso escribo esta columna, para que hagamos lecturas colectivas... colecturas.

Obras completas e incompletas

Sólo los muertos tienen sus obras completas... más allá de ellos. En Literatura ya se habla y califica la obra de un autor con adjetivos sofisticados como “consistente”, “difícil”, pero nunca completa, si está vivo. Sin embargo, me gusta la idea en singular para hablar de una pieza, y decir con propiedad: “Esta pieza está completa”. Un libro, una canción, una escultura, un puente. Que no se detecten los ingredientes ni se adivinen con facilidad los pasos intermedios. Eso es una obra completa, un objeto. Ya lo es. No tiene partes ni evidencias de materiales, está finito... para entonces arrojarse hacia el infinito.
Lo digo tras ver y pensar libros que enseñan a pintar (muestran todos los pasos necesarios según los Maestros de la Pintura), ver piezas exhibidas en galerías y museos, talleres de amigos artistas y, por supuesto, el mundo.
Me doy cuenta de que la experiencia estética no tiene puntos suspensivos. Que la obra comienza y termina en ella misma. Luego viene la otra fase, la de complicidad. El espectador de arte o el lector de literatura, cada uno colabora con la siguiente etapa, que no es más que darle vida a la pieza, asociarla con el mundo. Por ahí decía un viejo grafiti: “el arte es una enmienda de la vida”. Y el otro que reza que “todo artista es un desadaptado”. Quizás no suene tan malo cuando vemos que esa inadecuación procura en el artista el desafío: si el mundo no está listo, pues yo lo remato.
La complicidad del receptor debe ser justificada con una pieza acabada, inmejorable, tentadora.
Entonces, en sus ojos, la obra completa completa al mundo.