jueves, 21 de enero de 2010

Naturaleza inventada para sobrevivirnos


Dos versos bastan para una sonrisa. La propia o la ajena. Dos versos como dos labios, como un pasadizo escondido en la casa para llegar a un lugar insospechado, y mejor.

Eso encontré hace poco en un poema de la venezolana Cecilia Ortiz. “Naturaleza inventada”, se llama así el libro (2004), el poema, y el penúltimo verso.

A esta poetisa la he citado en clases cuando hablo de la poesía breve, con su antítesis condensada:

NO HUYAS TAN CERCA DE MÍ

en una tríada de iguales minucias con el de Eduardo Castellanos:

TU CUERPO DEFINE LA FORMA DE MI ANGUSTIA

y el de Yolanda Pantin:

TODO ES VERDAD / TODO ES MENTIRA / TODO ES ESPEJO

Los tres son imprecados para exaltar las propiedades de la palabra.

La misma tónica íntimamente reducida sostiene este aliento. La palabra como puente, camino ínfimo, nunca atajo.

La lectura de poesía exige algo muy diferente, lejos de lo secuencial, narrativo, lógico. Más bien procura una apertura parecida a la que nos hace pasear, encontrar sin buscar. No es muy diferente la escritura en esto de los despojos.

Leyendo un poema alguien puede sentir que gatea sobre vidrios triturados... tal vez es eso; o quizás se trata de gatear sobre minúsculos trozos de espejos, con la vista caída hacia ellos, con la esperanza de que uno, al menos uno de tales fragmentos nos refleje, repercuta y reverbere. Me parece buena fortuna cuando eso ocurre, y con poesía, y más si es de Venezuela y mejor aun si es un poeta que todavía vive.

Así, he aquí Cecilia Ortiz, en su recién publicada y merecida antología (por Monte Ávila Editores) llamada Trébol. Una poesía que no cambiará el curso de la Historia de la Literatura, pero puede cambiar el curso de una noche.

El continuo “tú yo y lo que está en el medio” se saborea con efervescencias en transcurso y algo amargo al final. El intimismo que nunca es el mismo de uno pero nos guiña el ojo el algún giro vivencial.

Atendamos el poema:

La lluvia está en tus días
primaveras escogidas
montañas
laderas infinitas
cascadas que bañan tu espíritu
sin tocar la puerta
sin salir de viaje
humedecer los labios
brotar de las manchas de arena
surgir surgir
bañado en aguas
ríos que están en ti
desde lejos
naturaleza inventada
para sobrevivirnos.

A veces pienso en las palabras como un derivado, un efecto, una secuela lógica y hasta inevitable (ojalá) que llega a la boca y nunca de la nada. Es lo que viene de vivir, y además, de querer ver y saber... El poeta quiere saber, pero su conocimiento jamás se separará de la emoción, aunque sea muy leve.

La naturaleza inventada puede referirse a esa fluidez de los deseos que hace que no dudemos de su realidad, aunque sólo sea su certeza visceral la noción que nos alcanza de un ser humano a otro. Para no perecer, que es lo mismo que dejar de sentirse vivo, creer que nadie te siente vivo. Es la “pasión errante”, pasión que lleva a otra parte.

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