domingo, 31 de enero de 2010
Trances idénticos (o de caraquistas y magallaneros)
Soy caraquista, soy magallanero. Pero soy. Eso es todo. Un trance. Nada que envidiarle al trance que nos proporciona una buena película o un relato bien hecho. Mientras contemplamos la ficción, nuestro ser disfruta de la otredad: somos otros, somos parte de un paquete que nos irresponsabiliza felizmente: la masa nos diferencia del resto y nos indiferencia en sus adentros.
Ser un “hincha” o una fan enamorada de Servando o de Gregorio Petit es lo mismo, le da permiso a la irracionalidad desde la emoción y la distinción. Franelas, gaitas, tatuajes temporales o sempiternos, banderas y (sobre todo) la embriaguez (no la ebriedad). Aunque la Real Academia las coloca a ambas como equivalentes, me gusta diferenciarlas: ebriedad la mala, embriaguez la buena. Por cierto, a esta última y bella palabra la define poética y ambiguamente: “Turbación pasajera de las potencias (…)”, y en su tercera acepción: “Enajenamiento del ánimo”. Siempre es un buen punto de partida el Diccionario de la Real Academia, aunque sea para retarlo (que no es este caso). Me gusta la multiplicidad que ofrece eso de la turbación pasajera de las potencias. Turbar, alterar, trastornar, aturdir, sacar del marco de la normalidad o naturalidad algo… en este caso la potencia, ¡qué bien! Tenemos una excusa y un impulso para modificar nuestra energía, y aquí empieza lo ambiguo: se puede turbar positiva o negativamente, y hacia arriba o hacia abajo… y temporalmente, o sea, por un rato, no más. Nos volvemos guerreros enmascarados de leones, piratas, rojos o negros, y no estaremos solos ni a la intemperie, y por si fuera poco...
Ya sabremos qué hacer. Incluso cuando no hay un líder a la vista, la colectividad nos da una noción (más cierta que verdadera) de lo que hay que hacer, un sentido común, un orden y una orden. En el fondo todos piden eso, el gendarme necesario en un fantasma en todos los venezolanos. Incluso para eso que ilustran todas las comiquitas (menos Winnie Pooh), que sin un malo, el bueno no tiene nada qué hacer ni cómo demostrar su virtud. Sin caraquistas los magallaneros no tienen justificaciones y viceversa. Al día siguiente de la Final el mundo sigue igual, sólo con algo más de ebriedad en el aire.
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