Me gusta regalar libros. Resulta mejor que prestarlos.
Desde mi paganismo, un paso de la evolución de mi extinto ateísmo, he apreciado la Navidad por su generosidad, más temporal que sustancial, sin excluir. Es decir, agradezco que me den más tiempo en el trabajo para escribir y pensar. A veces como estas veces me he refugiado en iglesias y cementerios sólo para estar solo y pensar. A menudo logro sentirme parte de esa mayoría de espíritus o muertos que dominan estos predios sagrados. En esa integración solitaria me relajo y cavilo. Confieso que valoro esa sensación de encontrarme fuera de la masa con cierto regocijo. Veo desde afuera la multitud comprando, bailando, bebiendo y multiplicándose. Más de una vez he deseado lo otro, lo contrario: desenfundar el corazón y confundirme en una algarabía alegre, ser parte del jolgorio. Pero no ocurre, no realmente. Sin embargo, aprovecho las virtudes de estas fechas.
El papel de los libros es uno de mis refugios. Me gusta regalarlos por una razón altruista y una egoísta. La altruista es la común: “dar es mejor que recibir”, “lo que se comparte se multiplica”, etc. La egoísta es distinta... La lectura es un acto íntimo, solitario, aislante (para los efectos). No solamente porque se practique individualmente, sino también porque uno lee para sí, desde uno mismo, con la propia óptica e imaginación. También con la búsqueda que nos procura la circunstancia que atravesamos y sus relativas respuestas.
El caso es que uno lee solo; quizás por eso el cine tiene un éxito superlativo como arte: se contempla colectivamente. El gancho de tantos best-sellers puede radicar en eso: Leer algo que (por encima de su calidad) está siendo leído por mucha gente. Los ejemplos sobran pero no estorban: Harry Potter, Bella Swan, Robert Langdon, Frodo, Fermina Daza, Lestat y Sherlock Holmes. Son gente de papel. Del papel de los libros. Con ese papel hacemos máscaras, y nos encantaría que no nos reconocieran, y también que nos reconocieran. Por eso regalo libros, para compartir esas máscaras y esos amigos de papel... papel de libros. También por eso escribo esta columna, para que hagamos lecturas colectivas... colecturas.
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