sábado, 9 de enero de 2010

Avatar o lo bueno ya no es lo humano

La primera columna del 2010 no será sobre literatura sino sobre cine. Vengo de ver Avatar y vale la pena. Usaré el esquema constructivo que en alguna charla me dieron para aprender a enseñar: “Diga algo bueno, luego algo malo, y luego otra cosa buena”. O sea, critique empezando y cerrando con lo positivo, y en el medio lo “mejorable”. Avatar es una película con todo. Lo primero: ficción. Definitivamente pagamos para no estar donde creemos estar. Pagamos para soñar despiertos, pasar un par de horas desenchufados. El éxito de la película parte de lo más esencial en el siglo XXI para sacarnos de las casillas a través de un filme: efectos especiales. Avatar me convenció por un buen rato de que yo no estaba en la Tierra. Los efectos especiales son buenos cuando hacen eso pulcramente, nos crean la ilusión sin mostrar ni una sola de las costuras.

¿Qué era lo bueno? El mundo que en la luna Pandora logra dibujarse. Simplemente es bellísimo. El tema de la energía y la armonía es fascinante. Los seres allí residentes son los Na’vi, emblemas de la naturaleza tan puros que nos convencen de que no estamos en nuestro planeta. Aisladamente, el productor Cameron nos propina lo que ningún otro de sus filmes esboza: un mundo feliz. Obviamente (aquí viene lo malo, o perfectible, más bien) de nada sirve en el 2010 una historia de un mundo dichoso donde no existe lo malo sino el impecable equilibrio de la naturaleza, donde no hay animal cruel ni oscuridad temible, sino cadenas alimentarias y fluir del ciclo vital. Lo malo es que necesita contrastarse con los malos (los humanos) para que valga el esfuerzo y nos parezca interesante la paz de una forma de vida otra. Cierro con lo bueno: habrá una segunda parte. Hay que verlas.

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