sábado, 12 de junio de 2010

Cerati contra el insoportable amor

A veces uno quisiera saber cómo es en realidad un artista.
Ya éste es un deseo ambiguo, porque supone que tal artista no es todo el tiempo el mismo pequeño dios que ha ejercido plenamente sus facultades creadoras y que de vez en cuando o la mayoría del tiempo su vida se llena de escenas cotidianas en las que podríamos imitarlos, ya no detrás de otra guitarra o coreando uno de sus temas… sino repitiendo sus gestos de humano. Es decir, y usando como ejemplo al que es, uno a veces quisiera saber qué comía Gustavo Cerati, qué música oía a menudo, cuál calle prefería caminar en solitario para recobrar la lucidez, a qué tipo de mujer amaba, qué bebía, qué leía, qué fumaba…
He dicho “deseo ambiguo” porque la admiración (así como otros efectos que la belleza surte) deriva en una de dos tendencias con mayor frecuencia. Puede hacer que sencillamente nos rindamos, hagamos reverencias (algunas con dinero) y nos declaremos insignificantes y fanáticos de su persona (más que de su arte muchas veces). Nada terrible. La otra, también común en esta época en la que cultivar los sentimientos negativos tiene mucho prestigio y publicidad, consiste en la aproximación que se hace para desmitificar al ídolo. Sacarle los trapos sucios y ocultos a ese oscuro objeto del deseo para rebajarlo a igual… a uno. Así se derriba y se supera el insoportable amor. Cuántos amantes no se regocijan cuando descubren el talón de Aquiles en su pareja, y en vez de reservarlo como leña para la hoguera de la complicidad, para el fuego de la intimidad donde ambos están al ras, uno del otro; más bien usan esa debilidad de su consorte como una antorcha para quemar altares y cruces y “salir de eso” que por subyugarnos en nombre de un deleite irracional preferimos entonces aniquilar. Amistades y relaciones personales de cualquier índole son escenarios propios también para este juego de desmitificación. Alumnos que corren a tutear al profesor para forzar una confianza que sólo sirve para “echar carro” y “pestes” del curso… Compañeros de trabajo que procuran encontrar el lado flaco del nuevo en la oficina para bajarlo de la nube… Críticos literarios y de arte que para compensar su frustración creativa despotrican con vomitiva inteligencia el esfuerzo de quienes sí toman el riesgo de crear… Etcétera. Todos esos leñadores luchan contra un principio natural que las Leyes de la Termodinámica esbozan con simpleza: “Donde hay diferencia… hay energía”. ¿Por qué demonios se nos hace insoportable?
Todo este comentario comienza y termina porque Cerati está muriendo, y ya oigo los bulliciosos traicioneros sentenciando con argumentos como “sobredosis” y otros por el estilo, que quieren adelantar la “caída del ángel eléctrico”, como para hacer menos insoportable el amor por lo efímero, que es todo.
Para que el último sabor (de esta columna) no sea mío, arrojo unas citas a ciegas del Cerati, el poeta:
…Escribirle que nunca sorteé las trampas del amor.
Creo en el amor porque nunca estoy satisfecho.
Toda mi dulzura pendula sobre ti… Amo dejarte así.
Cuando el cuerpo no espera lo que llaman amor… más se pide y se vive.

domingo, 6 de junio de 2010

Poesía, narrativa y asombro

Quizás la poesía no sea bien vista… ni bien oída últimamente. Parece que la narrativa es la favorita porque es más natural: si algo hace el ser humano con el leguaje verbal es “echar” cuentos. En términos darwinianos, es lógico darle prioridad a la narración, pues para la supervivencia del hombre como especie, a éste le sería conveniente relatar, por ejemplo, la cacería o la batalla (secuencias de hechos, por lo tanto, cuentos) y trascender algunas historias como enseñanza y legado entre generaciones. Ese tema da para mucho, pero partamos de que es más útil narrar que poetizar.

A la poesía la defienden de mejor manera los propios poetas y sus poemas.

Por un lado, el lenguaje es invento humano, como todo arte. Eso ya implica un alejamiento de lo natural, aunque sintamos como naturales los impulsos de decir cosas o la necesidad de escuchar ciertas frases. Como buen invento, su mecanismo viene figurado por la mano del creador y la función que procure su “existencia”. Según Octavio Paz, en varios de sus textos y en especial uno de El arco y la lira: “La revelación poética”, el poeta es un usuario del lenguaje que revela y rinde tributo a este objeto desde el asombro. “El poetizar brota también del asombro y el poeta diviniza como el místico y ama como el enamorado”. El poeta es más consciente de la violencia y el milagro que trae cada palabra. Violencia porque sustituye y desplaza a lo que nombra; milagro porque hace que aparezca lo que no existía.

Por otra parte, lo mejor que se puede hacer por la Literatura, ya con mayúscula, es escribir para crear; por supuesto, después de empezar a recorrerla, no histórica sino textualmente. Lo irrepetible y valioso de ella radica en sus vástagos: poemas, relatos, novelas, dramas, algunos ensayos… Es cierto que la crítica, la historia y en general, cualquier establecimiento de relaciones de los textos (pues eso es lo que hacen estas auxiliares: ayudar al lector a enlazar los textos entre sí, con la vida del autor, con el contexto social, con la recepción, etcétera) hacen falta, pero son secundarias, y además el mismo lector está en capacidad de procurar tales puentes a la medida de sus posibilidades y (ojalá) de sus necesidades.

Fábula (extracto)

Una mujer de movimientos de río
De transparentes ademanes de agua
Una muchacha de agua
Donde leer lo que pasa y no regresa
Un poco de agua donde los ojos /beban
Donde los labios de un solo sorbo /beban
El árbol la nube el relámpago
yo mismo y la muchacha.
Octavio Paz