martes, 23 de febrero de 2010

Un venezolano de apellido Gomes

La escritura sólo tiene que rendirle fidelidad a la intención del autor. A más nada. La escritura… pues la literatura es ya otra cosa.

La lectura también… La lectura es un paseo, y quizás lo realizamos con algún hambre o cierta sed, con ganas de huir o espíritu contemplativo. De cualquier manera es un pasar a través…

El pasar a través de los textos de Miguel Gomes puede dejarnos en la primera ocasión esa sensación de grata complicidad que nos da el texto en el cual imaginamos ningún otro personaje que el mismo autor. Grata es la sensación como el sabor de los cuentos “echados” entre amigos, que se actualizan entre sí con sus historias. No hay por qué quitarle valor alguno a esa ilusión que propina un relato que al cabo de su lectura nos hace creer que “eso le pasó” al escritor, y que su trabajo fue transcribir en buena solfa su experiencia. Verterla en las páginas.

Tomamos uno de sus relatos: “Los misterios de la plaza del tiempo”. El narrador se mantiene en todos los párrafos (menos el último) en tono omnisciente, ve todo, sabe todo, cuenta todo. En la salida del relato, este narrador se vuelve personaje y testigo de la historia de Fernando Ramírez. Y escribe...

...hasta que se ponga todo por escrito para liberarnos finalmente del conjuro.


¿Cómo lo interpretamos? Pues como la fragua de un tipo nuevo de personaje, cuya mejor aproximación coincide con la de, digamos, un “personaje autor”.

Ficcionalizar el autor… No es hacer del autor (Miguel Gomes) un personaje, sino crear la imagen correspondiente a un ente cuyo oficio fue forjar el relato. Por supuesto, para lograr esto los detalles han de ser congruentes con las posibilidades. Gomes siembra en sus relatos las trampas y ambienta el escenario para que puedan germinar a los pies del lector.

En un ensayo de “El pozo de las palabras”, Gomes apunta sobre un texto: “lo leemos ‘para preguntarnos por dónde nos va a salir el mate’”, en comparación con una partida de ajedrez. El “personaje autor” no tiene problemas con acabar muchos textos ese cierre autorreflexivo, donde hace explícito cada rol del acto comunicativo de la literatura: escritor (personaje autor) emisor, lector-receptor, mensaje narrado…

Tal “mate” o victoria, por repetirse en varios relatos, deja de apostar a la sorpresa y se la juega a la complicidad. El autor narrador guiña el ojo y pregunta a su manera ¿me reconoces?