Sólo los muertos tienen sus obras completas... más allá de ellos. En Literatura ya se habla y califica la obra de un autor con adjetivos sofisticados como “consistente”, “difícil”, pero nunca completa, si está vivo. Sin embargo, me gusta la idea en singular para hablar de una pieza, y decir con propiedad: “Esta pieza está completa”. Un libro, una canción, una escultura, un puente. Que no se detecten los ingredientes ni se adivinen con facilidad los pasos intermedios. Eso es una obra completa, un objeto. Ya lo es. No tiene partes ni evidencias de materiales, está finito... para entonces arrojarse hacia el infinito.
Lo digo tras ver y pensar libros que enseñan a pintar (muestran todos los pasos necesarios según los Maestros de la Pintura), ver piezas exhibidas en galerías y museos, talleres de amigos artistas y, por supuesto, el mundo.
Me doy cuenta de que la experiencia estética no tiene puntos suspensivos. Que la obra comienza y termina en ella misma. Luego viene la otra fase, la de complicidad. El espectador de arte o el lector de literatura, cada uno colabora con la siguiente etapa, que no es más que darle vida a la pieza, asociarla con el mundo. Por ahí decía un viejo grafiti: “el arte es una enmienda de la vida”. Y el otro que reza que “todo artista es un desadaptado”. Quizás no suene tan malo cuando vemos que esa inadecuación procura en el artista el desafío: si el mundo no está listo, pues yo lo remato.
La complicidad del receptor debe ser justificada con una pieza acabada, inmejorable, tentadora.
Entonces, en sus ojos, la obra completa completa al mundo.
Lo digo tras ver y pensar libros que enseñan a pintar (muestran todos los pasos necesarios según los Maestros de la Pintura), ver piezas exhibidas en galerías y museos, talleres de amigos artistas y, por supuesto, el mundo.
Me doy cuenta de que la experiencia estética no tiene puntos suspensivos. Que la obra comienza y termina en ella misma. Luego viene la otra fase, la de complicidad. El espectador de arte o el lector de literatura, cada uno colabora con la siguiente etapa, que no es más que darle vida a la pieza, asociarla con el mundo. Por ahí decía un viejo grafiti: “el arte es una enmienda de la vida”. Y el otro que reza que “todo artista es un desadaptado”. Quizás no suene tan malo cuando vemos que esa inadecuación procura en el artista el desafío: si el mundo no está listo, pues yo lo remato.
La complicidad del receptor debe ser justificada con una pieza acabada, inmejorable, tentadora.
Entonces, en sus ojos, la obra completa completa al mundo.
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