viernes, 7 de mayo de 2010

La sinergia de las murallas

La obra de hoy es un largo relato de Franz Kafka. Se llama La muralla china, aunque a veces viene acompañado este nombre con términos cuya traducción suele ser “construcción”. La mejor versión en español de este cuento viene de la pluma de Jorge Luis Borges, quien hace que suene borgianamente lo kafkiano... o más sensatamente dicho, se descubre con esta narración una de las raíces o antecedentes de las inquietudes irresolutas de la literatura de Borges.

Empecemos por el cuento... Supongamos que la protagonista es la Muralla China. La muralla sería un personaje referencial para muchos (chinos) de la historia, pues la inmensidad de su edificación es desconocida y discontinua. No se sabe a ciencia cierta cuándo se culminará (acaso) toda la construcción. En el texto se oye la voz de un obrero, cuyo lugar en el mundo viene dado y honrado por su papel como albañil en el proyecto infinito. Porque incluso una vez acabado el gran muro, deriva de sí otros modos de infinitud: como contorno cerrado que rodearía la totalidad de China, pues quien la recorriera nunca conseguiría término ni comienzo: el círculo es un modelo de infinito, es el ciclo y la armonía. Otro modo de infinitud se basa en una sospecha... toda la muralla servirá de base para una construcción (realmente grosera) cuyo alcance apuntaría al cielo. La Torre de Babel, pero de la talla de China, un placentero delirio. Kafka rescata la obra arquitectónica para labrar otra imagen pesadillesca: sí, otra oscuridad, la del abandono de Dios.

Uno de los temas que aborda para tal tiniebla es la dicotomía hacer o pensar. Mientras más se piensa menos se hace, mientras más se hace, menos se piensa. Las autoridades prefieren a un pueblo ocupado y no un riesgoso grupo de pensantes... Recurramos a aquella idea de que para filosofar se necesita un “martillo mental”, es decir, filosofar es romper (con) alguna idea precedente (adentro o afuera) para poner otra en su lugar. Por eso todo ser pensante constituye una potencial amenaza para sí mismo, para el sistema y para el imperio... El imperio chino, para el caso del relato. El emperador ordena algo y es un honor ser el destinatario de una orden. La orden instaura el orden. Entonces, ¿por qué razón abandonamos nuestros hogares, el río y los puentes, la madre y el padre, la mujer deshecha en lágrimas, los niños sin amparo, y fuimos a la ciudad lejana a estudiar y nuestros pensamientos aún más lejos, hasta la Muralla que está en el Norte? ¿Por qué? La Dirección lo sabe.

El tema es la fe. La vastedad respalda la imagen de Dios, del Emperador, del Imperio, de la “Dirección”. Los caminos sin fin son la excusa para que lo que se pierda en el camino no tenga causa en el líder, sino en la grandiosidad de su dominio. Otra famosa paradoja: si a Dios le pedimos que haga una piedra tan grande que sea capaz de aplastarlo, y lo logra, ¿cómo reacciona el pueblo? O enfoca la piedra y se asombra por el milagro cometido por su Dios, desaparecido en su gloria... O enfoca la destrucción de ese su Dios y, aparte de la orfandad, el pueblo se identifica con la roca, la creación divina que sustituirá al demiurgo. Todo parecerá lógico.

Esa es una forma de fe. Dioses y líderes ya no se ven por allí, sino sus excrementos, con los cuales se puede hacer la obra humana que desde más lejos pueda ser identificada. Aunque sea un hueco.
Hay que leerlo.

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