lunes, 8 de abril de 2013

Pero el amor… esa grosería

Hay malas palabras que en sí no son tan ofensivas como el tono de voz (y otros factores) con que se pronuncian para producir un efecto meramente emocional. La grosería revela que no estamos pensando, no en el preciso momento cuando la decimos. Además, la grosería adolece de ambigüedad: puede significar demasiadas cosas y esto es uno de los vicios del lenguaje más nocivos, pues pone en riesgo el entendimiento, que ha de ser la prioridad en la comunicación. Basta un ejemplo: “No sabes lo arrecho que es mi suegro”. Luego pregunto: ¿Cómo es mi suegro? ¿Intenso, temible, sofisticado, libidinoso? Realmente la grosería dice más de quien la emplea que del suegro (o el referente que sea). Insisto, siempre entronizado en el plano irracional. A esto se le agrega el poder que se siente por romper el tabú profiriendo una palabra contra los patrones. El caso es que todas estas características las hallo vigentes en el amor. Sí, como en Rayuela decía Julio Cortázar: “Pero el amor, esa palabra”. El amor es una grosería. Es una palabra efectista, con múltiples sentidos y contra las buenas costumbres (tan relativas siempre). Acaso la diferencia con las otras groserías sea su permisividad. No hablo de casos como cuando la secretaria que no te conoce, atiende el teléfono y responde: No, mi amor, la doctora no ha llegado. O cuando en la pelea y con odio encarnado te retan: Mira, mi amor, ¿sabes cómo es la cosa? Realmente me refiero al amor en cada canción y en tantas frases convenientes; incluso usadas en contra: Me dijiste que me amabas. Es posible traer a Freud para explicar esto. Según le entendí, las dos pulsiones elementales que mueven al ser humano son la libido y la transgresión. La atracción y la infracción de las normas. Consumar ambas hace sentir felicidad o algún equivalente. Dejarse llevar por la atracción es placentero, pero romper las reglas también. Entonces, ¿será que la dicha no es completa sin las dos, y que por eso casi todos los idilios en la literatura postulan que el amor sin obstáculos no es excitante? Ya Aristóteles hace milenios precisaba que más se aprecia lo que con más trabajo se consigue. ¿O más se valora lo que hace que rompamos más parámetros? Decir la palabra amor con propiedad en el siglo XXI es difícil, porque abarca a veces la sensación, a veces el sentimiento, pero siempre la gravedad entre dos (o más). Tal era Eros para los griegos, la atracción natural, esa que luego Newton sacó del misterio a la ciencia pero con la Tierra como núcleo. Sin embargo, cada cuerpo genera su gravedad y percibe la del otro, aunque las convenciones sociales (necesarias para la convivencia y cierto progreso) la objeten. El duelo entre pasión y razón es natural, es humano. La banda Zapato 3 lo resumía cantando que “El amor es sangre”. Pero hay que amar.

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