lunes, 11 de marzo de 2013

SERVIR DE CELEBRIDAD

Hace poco escuché en la radio (sobra la palabra farándula por redundancia) una frase que decía más o menos que “un grupo de jóvenes, a quien el artista X sirve de celebridad”. Se dispararon mis alarmas, dejé de oír afuera y empecé a oír adentro. Quizás ya me acostumbré a que la palabra “artista” se refiera en los medios de comunicación a actores y cantores, pero ahora me toca asumir que existe un servicio de celebridad, y que como muchísimos servicios (si es que no todos), podemos vivir sin ellos pero aprendemos a necesitarlos. Las necesidades, mientras menos fisiológicas, más imposibles resultan de satisfacer realmente. Jamás solemos creer que se tiene suficiente, y somos aupados para buscar eternamente la superación. La gente conforme no conviene a la dinámica consumista que nos embute. Sin embargo, nos superamos según cánones banales, tales como el modelo de smartphone, la cantidad de seguidores en tal red social o el número de parejas sexuales que se ha tenido. El resultado acaso es una efímera alegría muy distante de la felicidad y el equilibrio. Tanto así que preferimos basar nuestra dicha en la vida de otros. He ahí la fama. Al parecer, todos queremos fama y queremos famosos cerca de nosotros. Según el diccionario, afortunadamente la fama es una “opinión”. Nada más. Según la misma fuente, la farándula es un término despectivo que incluye en su oscuridad a “figuras de los negocios, el deporte, la política y el espectáculo”. Y la celebridad resulta ser aquel por quien celebramos, sin olvidar que se celebran misas y nupcias. Sigo sin entender la necesidad de celebridades. Celebrar es familia de “libar”, que es beber y brindar (o al revés). Cierro con la propuesta incierta de algún tomo que sugiere que de “fama” e “hilo” viene familia. El grupo hilado, enlazado por esa opinión que no ha de ser más ni menos que el respeto. El respeto se basa en el conocimiento que genera criterio, ya.

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