Hace como siete años yo daba clases de español a británicos
retirados en Paraguachí, y desde que entraban en confianza conmigo, repetían
“lazy” para referirse a los nativos. Yo preguntaba por qué.
Cuando uno busca ese anglicismo en el diccionario bilingüe,
se topa con que significa “perezoso” si es una persona, o “lento” si es un
proceso. Ya se sabe que la pereza es uno de los siete pecados capitales y que
según la Divina Comedia de Dante, es más grave que la lujuria (e imposibles de
combinar ambos deslices). Pereza es
definida por la Real Academia así: “Negligencia, tedio o descuido en las cosas
a que estamos obligados.” Me alerta la palabra obligación en esta, la primera
acepción. Empiezo a sospechar que sin obligaciones… nadie sería flojo.

Cuentan que en la Isla hace pocas
décadas bastaba con que el padre de la familia trabajara medio día para
mantener todo su hogar. La madre atendía la crianza de la prole porque no hacía
falta que trabajara. Además, donde hay mar… hay comida, y estamos rodeado de
eso. Ya la circunstancia es muy otra. Mis alumnos británicos me explicaban la
diferencia tan obvia para ellos respecto de nosotros. En Europa, el ciclo de
las estaciones hizo inteligentes a los humanos, pues tenían que tomar
previsiones y acciones durante los meses de prosperidad para no desfallecer en
el invierno, cuando escasea el alimento y el calor. Acá en el Caribe, siempre
hay buena temperatura y árboles cargados de frutas y costas plenas de peces.
Entonces recuerdo que alguna vez leí que el petróleo era la bendición para los
venezolanos pero la maldición para Venezuela. Nos dio el derecho a ser flojos.
Hay que trabajar.
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