sábado, 3 de octubre de 2009

El cuerpo, el portador del tiempo

El cuerpo, el finito, firme como efímero, merece un escucha. Más que servir como heraldo de los sentimientos que invaden a cada órgano para denunciar la alegría en forma de taquicardia, o la angustia en forma de estrechez, el cuerpo porta y actualiza los signos del tiempo. Por esto, quizás, a partir de algún momento hay que registrar los ritmos del cuerpo, atender sus pronunciamientos. Él puede ser el mejor de los puentes o el peor obstáculo.
Ese que aspira ser percibido, el cuerpo, se realiza en la percepción ajena, pero también, y primeramente, en la propia. Los Poemas del cuerpo, poemario de Alejandro Oliveros, procuran hablar de esta última sin excesos, también sin acompañante. No es usual que el espectro material del alma, su corporeidad, sea ilustrado en la soledad. Esta vez sí, es la ilusión de la simetría entre cuerpo y reflejo: éste es “la compañía/ preferida del cuerpo. Hablan/ como viejos amigos”. Es una asunción del personaje que reconoce que el cuerpo es el portador del alma y del tiempo, aunque no sea el titular. Este escritor se sienta en la tradición que lo ha seducido y convencido para conferir el mismo premio que el poeta celebra leyendo y escribiendo por igual. Él procura perpetuar la literatura, no perpetrarla. Lo procura y (nos) confía al poema su tarea comunicativa y sensible… su decir. Siempre atento, el poeta nos trae una poesía heredera de una tendencia que su maestro Ezra Pound exigía: “Equilibrio entre lectura y vivencia”. Oliveros esgrime que “es poco lo que se vive y menos lo que se recuerda”, por eso (se) escribe.
Inspiraciones o resonancias, este cuerpo de poemas enarbola la imagen del cuerpo ostensible y vivo en pleno tránsito y con algo más de tiempo qué aprovechar: quién va a cantar “la tersa espalda,/ la constancia de los pechos,/ la vainilla,/ y el amable almíbar de su sexo”. Se sigue encontrando con ese cuerpo libre de todo resumen, incluso del amor.
Queda la literatura como una tradición, de donde se viene y hacia donde los dioses permiten el paso si se les ha tributado la virginidad de las páginas en no pocas noches. Hay que leerla.

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